Si uno ve una noria dando vueltas, da por hecho que funciona. Que hay gente dentro, observando el paisaje, disfrutando del viaje. Cómo debe ser Coachella para mirar hacia arriba, achinar los ojos y preguntarse: “Pero esta noria, ¿será de verdad?”. La atracción del festival más famoso del mundo entero luce blanca, con una palmera en el centro, en la entrada. Pero preguntarse si es auténtica o puro atrezo demuestra que esto es el reino del postureo, donde la célebre rueda de la fortuna sirve, sobre todo, para ser el fondo de una fotografía, para dejar clara la ubicación de dónde se está, de quién se es.La noria funciona, sí, y subirse cuesta unos 15 dólares. Barata, si se compara con la locura que es este festival. Para los que lo vivimos por primera vez —por mucho que vengamos de Los Ángeles, ciudad cara donde las haya—, aquí todo es exagerado. Venimos advertidos: de los precios, de las colas, del calor. Algunos mensajes reales de amigos previos a la entrada: “Es como ir a la guerra”; “Nena, es carísimo”; “Te lo vendo como es: tienes que ir bien preparada”; “Coachella, menudo sacacuartos”; “Le dicen Carmaggedon”; “Ya os lo dije, cuando llegas te tienes que sentar”; “Lo pienso y me da una pereza…”. Tres días después, se confirma: no iban desencaminados.Más informaciónCuando tienes 20 años (y, sobre todo, un presupuesto abultado), quizá Coachella sea un paraíso del postureo, de las fotos para Instagram, de la exaltación de la amistad, hasta una posibilidad para ligar. Cuando tienes treinta y algo (treinta y casi todos…), y tu tarea es ver tantos conciertos como sea posible y volver corriendo a escribir de ellos, el paraíso está lejos. Cierto es que acudir como público no es igual que ir a trabajar, pero, en cualquier caso, todos coinciden en que resulta abrumador.Hay más de medio centenar de conciertos al día, desde sinfónicas hasta DJs, de puro pop a cumbia amazónica peruana. El espacio es inmenso, y de un escenario a otro se puede tardar más de media hora andando. Además, Indio, donde se ubica, es al fin y al cabo un pueblo en medio del desierto. De ahí que el primer fin de semana de Coachella, en especial el pasado viernes 11 de abril, se superaran los 42 °C. Y caminar una media de 45 minutos desde el parking hasta la entrada a más de 40 grados es simplemente agotador, por no decir insano. Cuando después de horas de travesía llegas a ver a Lola Young —el primer plato fuerte del día— en una carpa con efecto invernadero, su Messy (Desastre, en español) te retumba como si te la estuviera dedicando personalmente.Asistentes a Coachella, el sábado 12 de abril de 2025 en Indio, California.Associated Press/LaPresse (APN)Luego está la cuestión de los precios. Es divertido tomarse una cerveza viendo a tus artistas favoritos… supongo. No se ve a la gente consumir demasiado alcohol, más que el que muchas chicas esconden en sus botas de cowboy para pasar los controles de la entrada, algo prohibido. Los precios son tan vastos como el espacio. Quien escribe no intentó probar el alcohol (con calor abrasador y tratando de escribir, mala combinación), pero sí darse un caprichín, a lo loco: una refrescante limonada, un vaso llenito de hielo con un buen chorro de limón recién exprimido. No sería para tanto, supuse. Y supuse mal: 17 dólares, es decir, 15 euros.Los precios son demoledores. Para empezar, una entrada no baja de 600 dólares. Llegar al festival en los autobuses tipo shuttle desde los hoteles cercanos cuesta 150 dólares. Un trozo de pizza mediano solo con queso, 11 dólares. Ninguna hamburguesa baja de los 20. Todo eso, más impuestos y propina, es decir, como un 25% o un 30% más de lo inicialmente marcado. Los hoteles en Indio, sin ser gran cosa, pueden superar de media los 1.000 dólares por noche durante el festival, de ahí que muchos decidan dormir fuera del pueblo y conducir de madrugada durante kilómetros. Eso, después de lograr salir del recinto: marcharse cuando acaba el cabeza de cartel (viernes Lady Gaga, sábado Travis Scott, domingo Post Malone) puede conllevar una hora o más solo para salir del aparcamiento. Más los 45 minutos de caminito de polvo para llegar desde el escenario, más otra hora conduciendo… Cuando para la música, faltarán tres horas para pillar la cama.Cara Delevingne y, a la derecha, Julia Fox, el 12 de abril de 2025 en Coachella.Gilbert Flores (Billboard via Getty Images)Coachella tiene sus cosas buenas. Hay zonas de césped. De noche refresca. No roban demasiado. El agua es gratis. Hay bastantes zonas de recarga de dispositivos, incluso uno nada más pasar los controles —dos de pulseras, otro doble de seguridad—. Eso sí, esperen colas. Los estadounidenses, obsesionados con la hidratación (algo que no está mal en esta ocasión), van cargados de camelbacks y botellones gigantes que rellenan de agua sin parar. Las filas son endémicas en este parque temático de la música en directo. Para comprar merchandising (aunque la camiseta más barata no baje de 50 dólares), para ir al baño (espacio del que mejor no entrar en detalles), para que les den gratis una muestra de crema hidratante o de ramen en algunos de los puestos instalados por marcas. Incluso para los conciertos: los de los escenarios principales es imposible verlos en las ocho o diez primeras filas, hay fans desde horas antes.¿Para quién está pensado Coachella? Por supuesto, para famosos que van gratis (o incluso patrocinados), a los que dejan en la puerta en carritos y comen y beben gratis en sus zonas VIP a la sombra. Y por lo demás y en general, para gente muy joven a la que no le importa sufrir por el calor, alojarse apilada o en tiendas de campaña, que quiere ver un cartel musical ecléctico o de nombres o muy populares o de temas conocidos básicamente en TikTok, sacarse muchas fotos y demostrar que han vivido la experiencia del desierto una vez en la vida posando con una bandana anudada al cuello y la noria detrás. Por cierto, si averiguan cómo se sube, avisen.

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