Aunque no conoce su edad, Leona Arévalo o Menin Rabi —mujer hábil para el arte, en lengua shipibo— es una de las abuelas mayores en la comunidad Shipibo-Konibo de Junín Pablo. En el Área de Conservación Regional (ACR) Imiría, a unas cinco horas por río desde Pucallpa, en la región peruana de Ucayali, “los antiguos” de las comunidades indígenas no se guían por los años, pero saben que la vida envejece cuando los mangos florecen en lo alto de los árboles. Conocen, también, los tiempos exactos en que los afluentes de los ríos entran y salen de Imiría, dando vida a un impresionante ecosistema de humedales en sus 135.000 hectáreas.El ACR Imiría es un paraíso de espejos de agua protegido por el Estado peruano, refugio de bosques primarios y especies en peligro, como manatíes y delfines rosados. Pero el cambio climático no conoce de límites y ha alterado el equilibrio que se mantenía aquí desde tiempos ancestrales. “Nuestras madres y abuelas ya sabían que tendríamos menos agua y peces, que haría más calor y vendría el fuego. Ahora todo eso está pasando y nos sentimos muy tristes”, dice Arévalo en su lengua originaria. A su alrededor, el agua ha comenzado a caer en esta parte del distrito de Masisea, provincia de Coronel Portillo.Leona Arévalo es una de las abuelas mayores en la comunidad Shipibo-Konibo de Junín Pablo.Karen Espejo Eguiguren (RAISG)Las lluvias ya no son constantes, ni empiezan en octubre o noviembre, como solía ser; sino que se retrasan hasta enero o febrero. Así lo explica Edita Vargas, de 35 años, o Pekon Rate —mujer feliz que borda lo que piensa— quien traduce a la abuela y comenta estos cambios. “Desde los 15 años, yo pesco con flecha. Antes, en una hora, podía llenar mi canoa, pero ahora, en ese mismo tiempo, picaré solo unos 10 o 15 peces. Los lagos y ríos ya no crecen tanto, ni dejan las huellas que se veían antes hasta la mitad de los árboles”, cuenta.El 2024, en toda la Amazonia, las sequías, las altas temperaturas y los fuertes vientos provocaron la peor ola de incendios forestales de las últimas dos décadas. El ACR no fue la excepción: más de 400 hectáreas de bosques inundables y de tierra fueron devorados por las llamas, según la Dirección de Conservación y Diversidad Biológica del Gobierno Regional de Ucayali, a cargo de administrar el área. “Desde nuestras casas oíamos el grito de los animales. De todo esto ya nos hablaban nuestras abuelas”, asegura Vargas.Desde hace décadas, la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas ya veía venir los efectos del cambio climático. Si deseamos vivir tranquilos, aseguran ambas mujeres, debemos proteger estos lugares y recuperarlos del daño que hemos hecho. Y no se equivocan.Edita Vargas es artesana, agricultora y pescadora de la comunidad Shipibo-Konibo, en el distrito de Masisea (Perú).Karen Espejo Eguiguren (RAISG)Vitales contra el cambio climáticoEl 80% del ACR Imiría está conformado por humedales, calcula el ingeniero Rubén Taboada, director de Conservación y Diversidad Biológica del Gobierno Regional de Ucayali. Entre ellos, están los bosques inundables, las turberas (ecosistemas de materia orgánica en descomposición), las cochas y las imponentes lagunas Chauya e Imiría, que juntas suman 8.000 hectáreas de espejos de agua.Los humedales amazónicos son superficies que se inundan al menos seis meses de manera estacional o todo el año permanentemente, con una vegetación particular que resiste y depende de esas variaciones. Son ricos en biodiversidad y necesarios para mitigar y adaptarnos al cambio climático, explica el geógrafo Carlos Souza Jr., investigador asociado de Imazon (Brasil) y coordinador de Mapeo en el Proyecto Humedales, de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG).A través de mecanismos de teledetección y radar, esta iniciativa ha mapeado más de 144 millones de hectáreas de humedales en los nueve países amazónicos; 60% de ellos, bosques inundables. Según Souza, estos no solo almacenan y descontaminan el agua. Sus suelos y vegetación poseen un efecto esponja, capaz de absorber el exceso de lluvias para evitar inundaciones y, luego, liberan poco a poco esa agua durante las sequías. “Los humedales recargan los acuíferos subterráneos, que son la principal fuente que alimenta los ríos. Es decir, sin humedales tendríamos menos ríos y, con ello, menos fuentes de agua para consumo”, advierte.La laguna Chauya es un impresionante humedal, refugio de los pocos manatíes que aún quedan en la Amazonía peruana.Karen Espejo Eguiguren (RAISG)Esteban Terneus, biólogo de Ecociencia (Ecuador) e investigador de RAISG, recuerda que existen distintos tipos de humedales, como las turberas amazónicas, con un rol fundamental en la regulación del clima. “Estos ecosistemas capturan en sus lechos cinco veces más dióxido de carbono que los bosques tropicales y evitan que este contaminante [el principal gas de efecto invernadero] salga a la atmósfera y eleve aún más la temperatura de la Tierra”, señala. “Eso lleva a preguntarnos qué pasa cuando los humedales se ven afectados. El riesgo es que todo ese carbono quede libre”.Además de alterar los ciclos hidrológicos y climáticos, agrega Terneus, la afectación de los humedales también impacta en la seguridad alimentaria y en la cultura amazónica.Una relación ancestralEn el caso de Imiría, más de 6.000 personas de seis comunidades nativas y 11 caseríos dependen estrechamente de los humedales para su alimentación, economía y cultura. “De ahí obtienen los peces, los nutrientes para la agricultura, las plantas medicinales, los materiales para las casas y artesanías”, explica el ingeniero shipibo Samuel Cauper, jefe del ACR. “Sobre todo, de los humedales conseguimos el agua, que no es solo para consumo, sino que forma parte de nuestra relación ancestral con la naturaleza y los seres sagrados que allí habitan”.Desde que uno nace, dice Juan Carlos Mahua o Wesha Niwe—hombre valiente—, los shipibos pasan un ritual con plantas para adquirir habilidades. “A mí me curaron para ser pescador. Así hacemos nuestras flechas, nuestros anzuelos y esa es nuestra vida”, cuenta él, quien pescaba a diario para alimentarse. Actualmente, por ser uno de los seis guardaparques del ACR Imiría, Mahua ya no pesca regularmente; ahora, en cambio, vigila esas aguas que formaron su identidad.Juan Carlos Mahua fue “curado” como pescador desde su nacimiento. Hoy es uno de los guardaparques del ACR Imiría.Karen Espejo Eguiguren (RAISG)El equipo de guardaparques asegura haber controlado la tala y la pesca ilegal en la laguna Imiría, junto a especialistas y comuneros voluntarios. Ahora se enfocan en la laguna Chauya, un punto crítico de ingreso de embarcaciones no autorizadas, donde instalarán una garita de control. Además, han denunciado que la deforestación por narcotráfico afectó cerca de 100 hectáreas del ACR y han registrado cambios de bosques primarios en la zona de influencia, por cultivos de arroz y soja de la colonia menonita. En 2020, el grupo religioso fue multado con 11 millones de soles por ese motivo (3 millones de dólares). Sin embargo, continúa operando.Comparado con las más de 135 hectáreas del ACR, las amenazas podrían no parecer tan grandes, pero a esto deben sumarse los efectos del cambio climático y los impactos fuera de los límites del área protegida. “Por eso es importante un trabajo integrado y resulta un gran desafío proteger los humedales”, reflexiona Rubén Taboada, del Gobierno Regional de Ucayali.El peso de las actividadesA pesar de su importancia para la vida, lamenta Carolina Perret, del Instituto del Bien Común (Perú) e investigadora RAISG, las presiones antrópicas ponen en riesgo los humedales de los nueve países amazónicos y los hace más vulnerables. Actividades económicas como la minería fluvial, la agricultura y ganadería a gran escala, la extracción petrolera, el crecimiento urbano y las hidroeléctricas están transformando sus suelos, contaminando sus aguas y emitiendo más carbono del que pueden almacenar.La laguna Imiría, es uno de los principales humedales amazónicos que posee esa área de conservación regional peruana.Karen Espejo Eguiguren (RAISG)En el año de la Cumbre de Cambio Climático de Naciones Unidas (COP30), que se realizará en noviembre en Brasil, RAISG pondrá sobre la mesa esta alerta. La red de científicos compartirá su análisis de mapeo de humedales, presiones y amenazas, a fin de explicar lo que ocurre en la Amazonia y orientar mejores políticas de conservación y protección. En el mundo indígena, asegura el ingeniero shipibo Samuel Cauper, el bosque es sinónimo de orden natural. Pero cuando el equilibrio se quiebra, sus seres protectores reaccionan y muestran cambios visibles. Frente a esta respuesta de la naturaleza, urge tomar acciones desde el conocimiento científico y ancestral.Karen Espejo escribe historias para la RAISG y sus organizaciones socias.

Los humedales amazónicos, en riesgo: “Nuestras abuelas sabían que tendríamos menos agua y peces” | América Futura
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