Nadie puede sacarse la imagen de la cabeza: cientos de zapatos anónimos en un campo de adiestramiento del crimen organizado en Teuchitlán, decenas de ropas, mochilas, pintauñas, cepillos de dientes… Las prendas sin dueño han abierto un túnel siniestro en la imaginación de los mexicanos que les ha golpeado más que otros hallazgos recurrentes de cuerpos desmembrados en bolsas negras. Las mujeres que llevan años buscando a sus hijos desaparecidos por los peligrosos territorios del narco se han enfrentado con pavor a la camiseta gris con un pato, a la que muestra un número 23, a la mochila azul o los zapatos rosas, porque ellas quizá pueden poner cara a esas prendas. Como en una película de terror, no sabían si cerrar con fuerza los ojos o abrirlos a la verdad más dolorosa. Teuchitlán, en el corazón de Jalisco, que es lo mismo que decir en el corazón del sangriento Cartel Jalisco Nueva Generación, es ya la nueva imagen del holocausto, no en vano lo han bautizado como el Auschwitz de México. Pero en estas tierras en las que impera la ley del silencio, todos saben que el rancho Izaguirre, donde trasladaban a jóvenes para deshumanizarlos a base de mirar de frente la tortura y el crimen, no es el único centro de adiestramiento donde hallar huesos entre las cenizas. Es solo un árbol en el bosque.Los zapatos encontrados en una habitación del rancho Izaguirre. Jalisco Attorney General Office (via REUTERS)En muchas zonas de México a los niños les enseñan a callar y si es posible a no ver ni oír. Se les inculca el mismo temor a los pandilleros del barrio que a la policía. No son la familia ni la escuela culpables de una sociedad que acusa podredumbre, sino el espacio público el que se ha perdido. Es del colegio a casa donde acecha el lobo, de la discoteca a la vivienda, y el lobo puede estar uniformado. El escándalo de Teuchitlán y la necesidad política de ofrecer algunos resultados han abierto un pozo hediondo que extiende sus galerías por varios Estados del país, porque esos muchachos que dejaron sus ropas en el rancho, procedían de muchas partes, arribaron un día a la estación de autobuses de Guadalajara y su pista se perdió para siempre. Hoy se acusa a las autoridades de otras capitales de haberlos engañado con falsas ofertas de trabajo y se están practicando detenciones en la Ciudad de México de supuestos reclutadores de “carne fresca”, como llaman a los chiquillos recién llegados a estos campos. “¿Dónde están los sicarios?”, preguntó un fiscal de Jalisco, hace unos años, cuando llegó ante los policías que habían hecho una redada? Cómo iba a pensar que eran aquellos niños que tenía delante.Hay Ayuntamientos donde la policía local apenas sirve para organizar el tráfico en una carrera ciclista o para delitos menores y estos últimos les pueden servir para ir ojeando quiénes entre los pillos tienen aptitudes para doctorarse en criminalidad. Las últimas noticias indican que algunos de los uniformados de Tala, una localidad cercana a Teuchitlán, están trabajando para el Cartel Jalisco, precisamente en el secuestro de muchachos para convertirlos en asesinos. ¿Pero quién no trabaja para el Cartel Jalisco en estas tierras? Hace dos años, la revista Science publicó un artículo que situaba al narco como el quinto empleador de México con unas 180.000 personas a su servicio y extendía una receta: había que acabar con el reclutamiento. Los 124.000 desaparecidos que figuran en el listado oficial en México indican que la enfermedad sigue su curso. Y probablemente con más virulencia que antes.Una lona con las imágenes de los desaparecidos en el interior del rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco.Hector GuerreroLlamémosle José. José fue un sicario al servicio del cartel de Sinaloa. Pasó 13 años en la cárcel y hoy es barbero en Guadalajara. Supo escapar de las garras de crimen, que les espera todavía a la salida de prisión con algunas facturas por cobrar. Pepe se fue voluntario a las filas de Rafael Caro Quintero, jefe del Cartel de Sinaloa: “Entonces te invitaban a ir y lo hacías por voluntad propia, quizá por la escaseces en la familia o porque veían que te gustaba esa música belicona, o los lujos. Te cambiaban el cuchillo por la pistola y la bicicleta por una camioneta”, explica. Y a matar. Por 3.000 pesos (140 euros) “a 10 o 15 güeyes”, dice el barbero. “Un hijo mío también fue voluntariamente a Zacatecas, no le gustó lo que vio y se regresó, dice. “Ahora no hay invitación, ahora hay secuestro. Ellos mismos [los carteles] han asustado a los muchachos con tanta violencia y esos cuerpos descuartizados, y ya no hay tantos que quieran entrarle a eso. Antes era diferente”.Los carteles ya no son solo narcotráfico, aunque la droga al menudeo sirve para financiar a toda la tropa de sicarios, para que saquen buen billete y presuman con ello. El crimen está metido en decenas de negocios, cualquier cosa que dé dinero pasa por ellos, el fentanilo, sí, pero también la cerveza y los camarones, unas barcas de recreo para turistas al sur de la capital, los mercadillos de fruta o de calcetines, a quienes se les cobra cuota por vender, la agricultura y la ganadería. La gran empresa no ha hecho más que crecer y en los últimos tiempos ha extendido su poder colocando en ciertos Ayuntamientos a los políticos a su gusto, lo mismo alcaldes que jefes de la policía, responsables de recursos humanos o tesoreros. Como en la mafia italiana, ellos son quienes imparten justicia y a ellos acuden los ciudadanos cuando hay que castigar a un ladronzuelo, pedir un crédito, pagar por la atención médica o cualquier otra necesidad básica. Una población agradecida (y siempre con miedo) recoge en Navidades juguetes regalados por El Mencho, dueño y señor de Jalisco, o roscones de Reyes o alimentos en tiempo de pandemia. No es que sean un Estado paralelo, dicen los expertos, es que en algunos lugares son ya el único Estado.Teuchitlán lo ha sacado a relucir de nuevo y con virulencia. Los policías de la Fiscalía estatal entraron hace seis meses en ese mismo rancho, detuvieron a 10 personas, rescataron a dos secuestrados y sacaron un cadáver. ¿Qué se sabe de todo ello? Poco o nada. El rancho siguió con todas las pruebas adentro, no se tomaron las huellas dactilares como se debe, dos vehículos asegurados por la policía han sido robados en estos meses, y las declaraciones a los supervivientes fueron del todo ineficaces. Por no saber ni se sabe de quién es el rancho. La Fiscalía estatal no hizo su trabajo y será muy difícil enjuiciar a nadie. La ciudadanía ya sabe la razón: los policías no pueden ser tan idiotas, solo están al servicio del crimen. Tampoco lo hacen por gusto, sino bajo el poder de las amenazas. Nadie quiere pisar una mina y el narco lo tiene todo minado.Vista de la zona boscosa en el municipio de Tala, Jalisco, el día 21 de marzo de 2025. Vecinos de la zona y activistas, sostienen que en estos parajes podría haber más fosas comunes del crimen organizado en Jalisco.Hector Guerrero“¿Cómo desmantelar algo tan imbricado en la sociedad?”, se pregunta Augusto Chacón, de la organización Jalisco Cómo Vamos, que se encarga de radiografiar con estadísticas la vida en este Estado, los delitos y las detenciones, el presupuesto y los apoyos sociales. “La pobreza es un factor, pero no lo explica todo, si los muchachos fueran voluntariamente no habría estos secuestros”, afirma. “Lo que falta es Estado”. En Jalisco hay 15.000 desaparecidos, pero esa ausencia de Estado se da en amplias zonas del país, de Tamaulipas a Sinaloa, de Michoacán a Chiapas, de Nayarit a Coahuila.El enorme pulmón verde de Guadalajara, la capital de Jalisco, se llama La Primavera y es un lugar boscoso donde vive gente con recursos. Allí tiene su rancho el hermano del Mencho, Doble R, le llaman, y así se lee en el portón de su casa, donde entran y salen las furgonetas blindadas y pasean los caballos pura sangre. También es lugar de residencia de los guardaespaldas de un gobernador del Estado, en perfecta convivencia. Es una zona tranquila, perro no come perro, lo que no impide que un día cualquiera de 2019 hallaran 119 bolsas con cadáveres en un pozo del bosque, o que se encontrara el cuerpo de un ingeniero prácticamente en el mismo trayecto que los niños usan para ir a la escuela, o que en uno de los bares que rodean la presa de la Vega, un paisaje idílico, los camareros anden una mañana contando dinero por fajos. Los vecinos lo saben, aunque solo alguno lo cuenta y sin dar su nombre, el miedo manda y dicta prudencia. Algunos de estos sucedidos no salen siquiera en las noticias, que también matan a los periodistas, como se sabe.Donde viven los narcos y sus familias no entra ni el Ejército ni la policía, “en estos predios se puede dormir con las puertas abiertas”, resume una vecina. Aunque de tanto en tanto se intercambian un mensaje de wsp: “¿Has visto que el Ejército se ha llevado a X esta mañana? Lo sacaron de la casa”. Vida normal al lado del narco. Todos saben que cualquier lugar por donde pisan a diario puede ser un cementerio clandestino. De camino a Tala, otra de las localidades cercanas a La Primavera, los camiones trasladan hasta el ingenio la caña para convertirla en azúcar. Y los campos del agave tequilero atraviesan las lomas con mil espadas azules. Otros 30 kilómetros más allá está el precioso pueblo de Tequila, con sus famosas bodegas, muy turístico. Y algo más lejos, el mar, Puerto Vallarta: allí se bañaba Ava Gardner en La Noche de la Iguana y ahora los expertos sitúan la sede central de la gran empresa que es el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) el de las cuatro letras. “Por eso allí no pasa nada”, dice Eduardo Guerrero, uno de los grandes expertos en las mafias mexicanas. La gente sigue yendo a bañarse entre olas y lujo.Elementos de la Guardia Nacional vigilan el Malecon de Puerto Vallarta, Jalisco, el 19 de Diciembre de 2020. Nayeli CruzTala, al lado del bosque, también ha tenido sus campos de reclutamiento forzoso y sus exterminios en bolsas, que salieron a la luz en 2017. A los forestales que se meten a apagar fuegos en la montaña más allá de la línea prohibida les invitan amablemente a abandonar el bosque y ahí se queda el fuego prendido, cuenta una mujer que lo sabe bien. “Hay laboratorios de drogas”, traduce. “El olor es inconfundible cuando te acercas”. En este mismo mapa tequilero se ubican El Grullo y Villa Purificación, ahí sí, parada y fonda del Mencho. Nemesio Oseguera es uno de los capos más buscado por Estados Unidos. Los lugareños ríen: “No le estarán buscando mucho, porque allí tiene hasta su hospital privado para tratarse los problemas renales”, cuentan. ¿Por qué no lo detienen? “Ellos sabrán”.¿Cómo desmantelar todo esto, que ha crecido como una hiedra durante lustros?, se preguntaba arriba Augusto Chacón. “Se necesita mucho valor, dinero y construir confianza”, responde él mismo. Son las peleas entre los distintos carteles las que siembran el terror de tarde en tarde, tiroteos, vehículos incendiados cortando las carreteras. Solo eso rompe la falsa tranquilidad en la que vive la gente. Por eso algunos expertos creen que con un solo cartel gobernando México la lucha sería más fácil. “Eso es lo que han buscado muchos gobiernos, dejar uno y atacar a los otros, pero nada se ha conseguido”, afirma Chacón.El Cartel Jalisco tiene ahora unas 80 organizaciones aliadas y otras 80 células subordinadas, explica Eduardo Guerrero. Lo descubierto en Teuchitlán por las madres buscadoras ha dejado al aire un horror difícil de digerir incluso para una población curada de espanto, “ha pegado duro a la gran marca” que vende pacificación y justicia en los pueblos, dice el experto. Ocurre que a veces los de abajo desordenan la casa sin que los de arriba estén al tanto. “Ha habido un costo reputacional, y creo que castigarán a la célula”, explica Guerrero, de Lantia Intelligence. También a los políticos se les están pidiendo explicaciones y consecuencias. Al momento de escribir estas líneas, la policía está informando sobre detenidos en Ciudad de México relacionados con el infierno de Teuchitlán, pero también el secretario de Seguridad de Tulum ha caído de seis balazos. El crimen no descansa los fines de semana. Después del ruido llegará la calma y la gran empresa seguirá su curso. Necesitan personal para atender tanto negocio y los reclutamientos son imprescindibles.Huellas de manos pintadas por las calles de Guadalajara en señal de paz, el día 21 de marzo de 2025. Hector GuerreroLa antropóloga social Danielle Strickland desarrolla sus investigaciones en la Universidad Jesuita de Guadalajara, el Iteso. Ha trabajado con muchos encarcelados del narco y con chicos del Cerro del Cuarto, uno de los miles de barrios periféricos donde puede estudiarse la pobreza y sus derivaciones sociales en México. “Cuando no se ha tenido nada y te ofrecen 5.000 pesos semanales sientes por primera vez que eres el rey del barrio, es una cuestión de adrenalina, de armas y camionetas, de mujeres y drogas, pero un día les mandan matar y ya no hay vuelta atrás. A veces salen de la cárcel y vuelven a la organización, pero estoy segura de que, si los cambiaran de país, harían con gusto una vida normal”, asegura quien los ha conocido de cerca. “La verdadera adicción es el dinero”, explicará también el sicario reciclado en barbero. “Se puede salir y trabajar en algo legal, pero nunca tendrán tanto dinero como vendiendo droga”. Esos chicos defienden lo que hacen, no quieren ser victimizados, añade la profesora Strickland. “No quieren que les carguen la culpa ni a sus padres ni al barrio, defienden su propia decisión, aunque no pueden dejar el cartel. Su sueño es no haber entrado, pero ya no pueden salir”.Pero no todos son voluntarios, ni mucho menos, de ser así no habría miles de desaparecidos en México. “Cuando reclutan a un chaval de pandilla lo hacen a la fuerza, saben que si no se alinea con ellos algún policía le sembrará drogas o falsas pruebas y lo meterán al bote [a la cárcel]”, explica Strickland. No hay más opciones. La gran empresa nunca llena su estómago. De ese modo llegan miles de muchachos en plena pubertad a los centros de reclutamiento donde les obligan a presenciar atrocidades sin desviar la mirada y les piden su participación en el aquelarre. “Les hablan bonito, los seducen”, dice el barbero. “¿Quieres ser comandante o solo un perro?”. Agarran a chicos de otros carteles y los matan delante de ellos. Les ofrecen el cuchillo. “Si no quieren usarlo les dejan mirando, todavía un rato más, cómo se divierten con los contras. Cuando la psique ya se ha adaptado te dan un arma, ese es el premio, el poder”. El barbero no sabe qué pasó exactamente en ese rancho, pero tiene algunas hipótesis. Puede que llegaran otros contrarios y los mataran a todos, a mí me ha tocado hacer eso”. Sobre los hornos crematorios que las madres buscadoras observaron allí tampoco tiene dudas: “Primero los queman en piletas subterráneas y después hay molinos especiales para triturar los huesos, o con simples martillos sobre planchas de acero”. Sí, definitivamente quien bautizó Teuchitlán como Auschwitz no andaba desencaminado.Personal de la fiscalía estatal custodia el interior del rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, el día 20 de marzo de 2025. Hector GuerreroLa realidad de México es esa película de terror que la gente se ha acostumbrado a ver en las series cinematográficas tumbada en el sofá. Pero también es otra, la de millones de ciudadanos pacíficos cuyo concepto de bienestar es solo que no le agredan cuando camina del trabajo a la casa, de la escuela al gimnasio, del bar a la cama. Guadalajara es una de las capitales más prósperas del país. La carretera a Teuchitlán deja ver empresas internacionales, acomodados predios de viviendas, buenos centros educativos. Son las dos realidades de México y se dan la espalda para no ver ni oír. El silencio es ley. El mismo vecino que viene a preguntarte si no huele mucho a gasolina es el que está queriendo sonsacarte que sí, que ahí al lado hay unos malandros traficando con combustible. No hay que caer en la trampa. Solo callar y eso se aprende desde la escuela.

Teuchitlán es solo un árbol en el bosque: violencia y silencio son la ley en Jalisco
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